El muro antinmigración polaco pone a los tártaros contra la pared

Los tártaros asentados desde hace siglos en el este de Polonia, ven como un muro construido por el gobierno para cerrar la afluencia de migrantes desde Bielorrusia, limita sus medios de vida y los deja en medio de los juegos geopolíticos de Minsk contra su país y la Unión Europea.
Interior de la mezquita de Kruszyniany, una de las dos aldeas tártaras de Polonia. Su responsable, Dzemil Gembicki, espera visitantes a los que contar la historia de un pueblo que lleva seis siglos en este país europeo. Imagen: Gilad Sade / IPS

KRUSZYNIANY, Polonia – Dzenneta Bogdanowicz, una empresaria hostelera polaca de 60 años, nunca pensó que vería un muro alzarse en mitad de la nada, y menos aún tan cerca de su casa.

“Está a solo dos kilómetros de aquí. Por supuesto, esto no es bueno para el negocio”, explica a IPS esta mujer de cabello y ojos grises en la entrada de su local de restauración y alojamiento en Kruszyniany. Es un pueblo de 200 habitantes a 250 kilómetros al noreste de Varsovia, en la región de Podlasia.

Si bien es conocida como la “Amazonia polaca” por sus humedales y su exuberante vegetación, su frontera con Bielorrusia la sitúa en la gran falla geopolítica de Europa. La historia más reciente lo confirma.

En agosto de 2021, Bielorrusia comenzó a canalizar un flujo de migrantes -en su mayoría provenientes de Medio Oriente y el norte de África- hacia las fronteras de Polonia, Letonia y Lituania,

Durante meses, Bielorrusia aceleró la concesión de visados de corta duración. Muchos migrantes volaron a Minsk, la capital bielorrusa, tras pagar entre 3000 y 6000 dólares a intermediarios que les prometían entrada en la Unión Europea (UE).

Desde allí, fueron escoltados hasta la frontera con Polonia, donde, según varios informes, soldados bielorrusos ayudaron a algunos a escalar la valla entre ambos países.

«Es importante que los tártaros sigan siendo compactos en su territorio para garantizar su supervivencia, pero cada vez es más difícil”: Anna Alboth.

Aunque el gobierno bielorruso negó su implicación, la UE y observadores independientes interpretaron este movimiento como parte de una «guerra híbrida» contra el bloque europeo en represalia por las sanciones impuestas tras las controvertidas elecciones presidenciales de Bielorrusia de 2020, en que fue reelegido el  autócrata Aleksandr Lukashenko, tal como sucedió en enero de 2025 y en la presidencia  desde 1994.

Varsovia comenzó la construcción de una valla fortificada de casi seis metros de altura y coronada con concertinas a lo largo de sus 400 kilómetros de frontera con Bielorrusia. Hasta ahora, se han desplegado ya más de 200 kilómetros de barreras físicas y tecnológicas.

Los bosques y pantanos de la región se convirtieron en zona restringida y se prohibió el acceso a los no residentes. Ni Bogdanowicz ni la mayoría de los demás pobladores locales pudieron trabajar durante 10 meses. Y la tensión sigue siendo constante.

Varsovia esgrime que el muro ha contribuido a reducir la entrada de migrantes, pero habla de un guardia muerto y 13 heridos, supuestamente por migrantes, entre agosto de 2021 y enero de 2025.

Los tártaros asentados desde hace siglos en el este de Polonia, ven como un muro construido por el gobierno para cerrar la afluencia de migrantes desde Bielorrusia, limita sus medios de vida y los deja en medio de los juegos geopolíticos de Minsk contra su país y la Unión Europea.
La valla fronteriza, en algún lugar de la región de Podlasia. La controvertida construcción ha alterado la vida de la gente y los ecosistemas en este rincón de Europa. Imagen: Gilad Sade / IPS

Organizaciones humanitarias apuntan a 87 muertes confirmadas de migrantes entre 2021 y 2024 y más de 300 desaparecidos. La inestabilidad repercute en el sector turístico del que dependen muchos en la zona.

Para Dzenneta Bogdanowicz, es mucho más que una mera cuestión económica.

Además de habitaciones y un restaurante, el complejo de madera que levantó junto a su marido hace casi 20 años incluye un centro cultural y un museo que alberga antiquísimas ediciones del Corán, vestidos tradicionales cosidos por tatarabuelas, aperos y otros vestigios de sus tradiciones.

“Nunca fue cuestión de dinero para nosotros. Somos tártaros de Lipka, y este es el corazón de nuestro pueblo en Polonia”, dice la empresaria.

Sus antepasados llegaron a este rincón de Europa en el siglo XIV y su destreza militar les valió tierras y títulos al luchar junto al Ejército polaco. Fue en el siglo XVII cuando se asentaron en Podlasia.

Lipka deriva del antiguo nombre para Lituania en la lengua de los tártaros de Crimea, con quienes este pueblo mayoritariamente musulmán comparte un origen común.

Actualmente, la mezquita de Kruszyniany -una estructura de madera construida por arquitectos judíos hace 200 años- da fe de una de las comunidades musulmanas activas más antiguas de Europa. Pero puede que por poco tiempo.

Tras seis siglos de historia en el país, este pueblo vive ahora bajo la sombra de un nuevo Telón de Acero. Aislados del exterior y dependientes de un flujo de turismo local cada vez más exiguo, muchos deciden bajar las persianas y apagar los fogones.

Ello sucede cuando el último censo muestra que son más los que se van que los que llegan.

“No hace mucho había alrededor de 5000 tártaros en Polonia, pero en el último censo, que es de 2011, no llegábamos a 2000… La tensión, los incidentes, las cuarentenas, las restricciones… todo esto nos está saliendo muy caro”, dice la hostelera polaca.

Los tártaros asentados desde hace siglos en el este de Polonia, ven como un muro construido por el gobierno para cerrar la afluencia de migrantes desde Bielorrusia, limita sus medios de vida y los deja en medio de los juegos geopolíticos de Minsk contra su país y la Unión Europea.
La mezquita de Kruszyniany se levanta a dos kilómetros de la frontera con Bielorrusia. Construida por arquitectos judíos hace más de 200 años, este templo es uno de los iconos de los tártaros asentados hace siglos en Polonia. Imagen: Gilad Sade / IPS

Tensión y confusión

El informe de Human Rights Watch “Polonia: Brutales devoluciones en la frontera con Bielorrusia”, de diciembre de 2024, denunció un “patrón constante de abusos” por parte de las autoridades fronterizas y policiales polacas que incluye “expulsiones ilegales, palizas con porras, uso de gas pimienta y destrucción o confiscación de teléfonos móviles”.

Según ese informe, los guardias fronterizos polacos capturaron a algunos migrantes varios kilómetros dentro del territorio polaco y los obligaron a regresar a Bielorrusia sin pasar por el debido proceso.

Desde el comisionado de Derechos Humanos de Polonia y la Comisión Europea de Derechos Humanos también argumentan que las restricciones dificultan el acceso de periodistas y organizaciones humanitarias.

Asimismo, los ambientalistas también han hecho sonar las alarmas: el muro atraviesa áreas como el bosque de Bialowieza, Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), alterando la vida silvestre y los ecosistemas frágiles.

«Lo que está ocurriendo en Podlasia obedece a métodos muy ineficaces y poco éticos de abordar el tema de la migración», explicó a IPS desde Varsovia por teléfono Anna Alboth, periodista e investigadora polaca del Minority Rights Group.

Es una organización de derechos humanos con sede en el Reino Unido que trabaja con minorías étnicas, religiosas y lingüísticas, así como con pueblos indígenas de todo el mundo.

Explicó que “los tártaros han desarrollado y conservado sus propias tradiciones culturales y religiosas en Polonia. Incluso sirvieron durante siglos como una casta militar, un legado que sigue siendo evidente hasta el día de hoy. Muchos aún sirven en el ejército o como guardias fronterizos”.

Sin embargo, la investigadora de la organización de derechos humanos con sede en Reino Unido y que trabaja con minorías étnicas, religiosas y lingüísticas apuntó a una comunidad «particularmente vulnerable” debido a su reducido número.

“Es importante que los tártaros sigan siendo compactos en su territorio para garantizar su supervivencia, pero cada vez es más difícil”, subrayó la experta.

En respuesta a preguntas enviadas por IPS, el Ministerio del Interior y Administración de Polonia enfatizó la necesidad de «proteger la seguridad nacional frente al uso instrumental de la migración por parte de los regímenes ruso y bielorruso».

Varsovia apunta a “una estrategia que tiene como objetivo «desestabilizar la situación interna en los países vecinos y en la Unión Europea en su conjunto».

Respecto al informe de Human Rights Watch que recoge graves violaciones de derechos humanos por parte de los guardias fronterizos polacos, el ministerio declaró que los investigadores de la ONG «no pudieron verificar de forma independiente» los casos descritos.

Los funcionarios declinaron responder sobre las preocupaciones relacionadas con la despoblación causada por la crisis y el riesgo para el futuro de la comunidad tártara.

Ante el silencio de Varsovia, la administración local de Podlasia lanzó en abril un programa de bonos de 400 zlotys (unos 105 dólares) para consumir en diversos establecimientos de hospedaje.

Los tártaros asentados desde hace siglos en el este de Polonia, ven como un muro construido por el gobierno para cerrar la afluencia de migrantes desde Bielorrusia, limita sus medios de vida y los deja en medio de los juegos geopolíticos de Minsk contra su país y la Unión Europea.
La tumba de un migrante en el cementerio musulmán de la localidad polaca de Bohoniki. A falta de datos confirmados, se cree que cientos han perdido la vida intentando cruzar la frontera entre Bielorrusia y Polonia. Imagen: Gilad Sade / IPS

Una tumba compartida

Los 37 kilómetros entre el complejo de Bogdanowiz y la aldea también tártara de Bohoniki discurren entre carreteras secundarias y marismas. Muchos de los desvíos hacia el este se adentran hacia la frontera y se estrellan irremisiblemente conta una pared de acero.

No solo cuesta esquivar el muro, sino que resulta casi imposible saber si se circula o no por la zona de exclusión que patrulla la Guardia de Fronteras polaca.

Como todo en Bohoniki, la mezquita también es fácil de localizar: una estructura de madera rojiza sobre la que se eleva una única cúpula negra. “Fuera de la temporada de verano ya no viene casi nadie”, lamenta Miroslava Lisoszuka, una agricultora local que complementa sus ingresos guiando a los escasos turistas dentro del templo.

Culpa de la caída de visitantes a la confusión por las restricciones relacionadas con los migrantes y los temores provocados por aquel ataque mortal al guardia fronterizo

La crisis se deja notar hasta en el camposanto de Bohoniki. Amurallado desde hace más de 200 años, sus dos hectáreas a las afueras del pueblo lo convierten en el mayor cementerio musulmán de Polonia

Las tumbas más humildes pertenecen a 10 migrantes, incluidos un bebé y una persona a la que no se pudo identificar. Yacen en la parcela más alejada de la entrada.

Dicen que la pista de cientos de personas se pierde en esta selva que un muro parte hoy en dos. De cuando en cuando un lugareño o un guardia encuentra algún resto humano entre la maleza y el barro.

ED: EG

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